FRAY ERO DE HARMENTEIRA
Dice la leyenda que Ero acostumbraba a salir algunos días para solazarse un poco, caminando por el bosque que había en el declive del monte Castrove, próximo al monasterio por él fundado. Como os decía, el rey Alfonso el Sabio, en una de sus famosas Cantigas de Santa María (la número 103), cuenta como San Ero entró un día en una huerta a la cual iba muchas veces, y en ella encontró una fuente de agua clara y murmurante que parecía ofrecerle un apacible reposo a la sombra de un frondoso árbol. Cerró los ojos beatíficamente el anciano abad, pues había recorrido ya muchos años después de ser elegido, y como es costumbre, rogó a Nuestra Señora: -¡Oh, Virgen! ¿Qué será el Paraíso? ¿Y no podría verlo antes de salir de aquí, yo que te lo he rogado? Entonces, en el árbol bajo cuyas ramas frondosas descansaba el santo Ero comenzó a cantar un pajarillo. El canto del pajarillo era de sonido tan agradable y armonioso, que el anciano monje se olvidó del tiempo que pasaba y se quedó allí sentado sobre la blanda hierba, al pie de la fuente que susurraba, escuchando embelesado aquel canto y aquella armonía.
Y así pasó sin darse cuenta trescientos años, pareciéndole que no había estado sino muy poco tiempo. Después de levantarse el anciano abad, se encaminó hacia el monasterio, pero al llegar, se encontró con un gran pórtico que nunca había visto, y dijo: -¡Ay, santa María me valga! ¡Éste no es mi monasterio! Con todo, entró en él y los monjes al verle sintieron gran pavor; y el prior le preguntó: -Amigo, ¿Quién sois vos? ¿Qué buscáis aquí? Cuando supieron lo que a don Ero le había acontecido, el abad y los monjes todos, exclamaron asombrados: "¡ Nunca tan gran maravilla como Deus por este fez polo rogo de sa madre Virgen santa de gran prez!" En ese momento Ero, cuando se da cuenta de lo ocurrido, cae fulminado a los pies de los monjes. A partir de ahí vuelve a darse un nuevo misterio, ya que la tumba de Ero, a día de hoy aún no ha sido encontrada.
Y así pasó sin darse cuenta trescientos años, pareciéndole que no había estado sino muy poco tiempo. Después de levantarse el anciano abad, se encaminó hacia el monasterio, pero al llegar, se encontró con un gran pórtico que nunca había visto, y dijo: -¡Ay, santa María me valga! ¡Éste no es mi monasterio! Con todo, entró en él y los monjes al verle sintieron gran pavor; y el prior le preguntó: -Amigo, ¿Quién sois vos? ¿Qué buscáis aquí? Cuando supieron lo que a don Ero le había acontecido, el abad y los monjes todos, exclamaron asombrados: "¡ Nunca tan gran maravilla como Deus por este fez polo rogo de sa madre Virgen santa de gran prez!" En ese momento Ero, cuando se da cuenta de lo ocurrido, cae fulminado a los pies de los monjes. A partir de ahí vuelve a darse un nuevo misterio, ya que la tumba de Ero, a día de hoy aún no ha sido encontrada.
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